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miércoles, 24 de febrero de 2010

EL UNICO ANIMAL RACIONAL...

La postura cartesiana nos hace suponer que toda acción humana es básicamente racional, que está guiada por la conciencia, y que es la razón la que nos conduce a la acción. A partir del siglo XVI - y más especialmente en el XVII, XVIII Y XIX, - la razón fue ensalzada como la más elevada de las virtudes humanas. El racionalismo, derivado de esta postura, significó un modo de abordar la realidad que trajo un gran adelanto en términos científicos y tecnológicos, pero con considerables costos en otros ámbitos. Entre ellos, uno de los más graves consistió en que el hombre, considerándose “el único animal racional”, es decir único poseedor de lo que sería la mayor cualidad en la Creación, se proclamó a sí mismo dueño y señor de lo que le rodeaba, y se atribuyó el derecho de conquistar la Naturaleza, en su afán de “conocerla”. Recordemos la asociación bíblica entre “conocer” y “poseer”... Se estableció así el derecho a expoliar los recursos naturales, actitud que nos ha puesto hoy al borde del colapso ecológico a nivel planetario. Por otro lado, desde comienzos del siglo XX, otros filósofos buscaron modos alternativos de considerar la esencia humana. Partiendo del punto de vista de que somos “seres EN el mundo” y “seres arrojados al mundo”(o sea, de algún modo inseparables de éste) Heiddegger desarrolló uno de sus conceptos fundamentales acerca del ser del hombre, a lo que llamó “Dasein”, (“ser ahí”, en sentido literal) refiriéndose al modo particular que tenemos los seres humanos de existir, de ser. No somos seres arrojados al mundo del mismo modo que los objetos comunes: no estamos hechos de una vez y para siempre, sino que vamos haciéndonos a medida que vivimos e interactuamos con lo que nos rodea. No tenemos una esencia fija y predeterminada, sino que nos vamos haciendo fundamentalmente a través de nuestras elecciones y acciones. Y no podemos evitar elegir. En este hacer, en este elegir, el lenguaje tiene una importancia fundamental. Podemos elegir porque podemos pensar, y pensamos porque el lenguaje existe y nos permite esta conversación interna privada, con nosotros mismos, que es el pensar. Incluso nuestras emociones están apoyadas sobre determinadas conversaciones, juicios, opiniones, interpretaciones, que tenemos sobre las cosas... Consideramos que detrás de toda emoción hay una conversación que puede ser descubierta. Por eso se dice que vivimos en el lenguaje, que hacemos nuestra vida en el lenguaje, a través del lenguaje. La vida que vivimos depende del modo en que consideramos quiénes somos, cuál es nuestra realidad, nuestras posibilidades, la historia que construimos sobre nuestro pasado y la narrativa que hacemos acerca de nuestro presente y nuestro futuro. En ese sentido, somos particularmente responsables del modo en que nos paramos frente a la vida, sólo que habitualmente no somos del todo conscientes de estos hechos. La vida que hacemos no es tan conciente ni tan racional como puede parecerle a algunos. Nuestra conciencia de las cosas y de nosotros mismos está entretejida con ideas y “cuentos” que creemos objetivos, que dicen acerca de quiénes somos, qué podemos, qué no podemos o merecemos, que pintan o construyen la realidad que damos por sentada y que no cuestionamos, aquello que consideramos verdadero. Y vivimos dentro del marco – generalmente estrecho – de nuestras propias creencias incuestionadas. Por eso muchas de estas ideas o conversaciones internas habitan como en el sótano o la trastienda de nuestra mente, hablan en off , subliminalmente, nos dirigen, nos influyen sin que nos demos cuenta. A ese estar operando por fuera de nuestra atención y nuestra conciencia, le llamamos “transparencia”. Pero eso ya es motivo de otro escrito.