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miércoles, 17 de agosto de 2011

¿EL DOLOR ENSEÑA?

¿El dolor enseña? ¿El dolor hace crecer? ¿El dolor madura?
Algunos dicen que sí.
Yo creo que no. Que el dolor en sí mismo no enseña ni hace crecer ni madurar. Decir lo contrario es como seguir sosteniendo que la letra con sangre entra.
¿La felicidad enseña? ¿La felicidad hace crecer? ¿La felicidad madura?
No necesariamente.
Lo que sí puedo decir es que el dolor – hasta un punto, - despierta. Y entonces puede ser que uno aprenda, crezca, madure. Pero pasado ese punto, el dolor adormece, atonta.
El bienestar o la felicidad – si hay algo que pueda llamarse así – quizás adormezca, pero sana, restaura heridas,  compensa pérdidas, permite recuperar fuerzas. A veces nos da la calma necesaria para reflexionar sobre errores cometidos y dolores pasados. Por lo general, no dura tanto como para que terminemos de dormirnos.
Siempre que puedo, “receto” a mis pacientes una buena cuota de bienestar. No basta con sufrir para crecer, aunque uno sea reflexivo y conciente.
Ambos estados – bienestar y malestar – son propios de nuestra vida dual. No es raro que oscilemos entre uno y otro.
Ninguno determina la calidad de nuestro aprendizaje de la vida. Aprendemos si estamos despiertos. Y deseosos de aprender. Crecemos más cuando nuestra conciencia está abierta y permeable. Maduramos cuando aceptamos ambos extremos de nuestro amperímetro emocional con ecuanimidad, cuando integramos y damos sentido a todo lo que la vida nos trae. Cuando tomamos lo que nos sirve y podemos soltar y dejar ir todo lo demás.