Decíamos antes que el pedido es un poderoso acto lingüístico (una acción realizada con palabras) porque puede poner en movimiento fuerzas que, de otro modo no actuarían. Porque vincula a las personas. Porque hace que sucedan cosas, que uno pueda llegar a la satisfacción de ciertos deseos y necesidades.
En general, creemos saber qué es un pedido. Sin embargo, si nos detenemos a analizar el tema con detenimiento, podemos descubrir aspectos que se nos suelen pasar por alto, afectando así la calidad de nuestra relación con los otros.
Y como los pedidos se hacen para satisfacer deseos y necesidades, muchas veces reducimos las peticiones a “Yo quiero” o “Yo necesito”, esperando una inmediata respuesta satisfactoria. Sin embargo, ninguna de las dos enunciaciones son realmente pedidos, sino expresiones de lo que sentimos.
Si la otra persona sabe escuchar o está dispuesta a hacerlo, no es necesario que expresemos nuestros pedidos con más claridad, o que sean completamente explícitos. Incluso podemos escuchar pedidos que nunca han sido verbalmente formulados.
Si estoy en contacto emocional con el otro puedo darme cuenta de que algo le sucede o le aflige y también ofrecerle mi colaboración o mi apoyo. La relación de una madre atenta con un bebé o un niño pequeño implica muchos pedidos no explicitados o verbalizados que, sin embargo, son decodificados y satisfechos. También así se construye el amor y la amistad.
A veces idealizamos mucho estos vínculos, y esperamos que nuestros amigos o padres, hijos, cónyuges, estén tan atentos y “conectados” que no haga falta pedir. Y podemos llegar a enojarnos u ofendernos porque “no te diste cuenta que yo quería…” o “yo necesitaba…” No es raro creer que en "el verdadero amor" tenemos que adivinar y ser adivinados.
El pedido es en cierto modo una propuesta, y por lo tanto podemos recibir y dar un NO a cambio.
Cuando no nos damos esa posibilidad, estamos confundiendo un pedido con una orden.
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