Las personas altamente sensibles, sumamente empáticas,
disfrutan y aprecian la vida intensamente, pero también pueden
sufrirla más que otros.
La sensibilidad puede ser un don y una condena.
Las personas altamente sensibles – hoy estudiadas como un
grupo humano particular – suelen ser mal comprendidas. Son tachadas de “susceptibles”,
“hipersensibles”, “exageradas”.
“A vos no se te puede decir nada” es una
frase que escuchan con cierta frecuencia, como respuesta a su malestar, su
dolor, por el impacto que les producen palabras hostiles, irónicas,
despectivas, aunque sean dichas en tono de broma.
Muchos niños son “altamente sensibles”. Tal vez sea la
condición de la niñez. Pero no muchos siguen siéndolo de adultos.
La incomprensión, la falta de ternura, los gestos
bruscos, la irritación constante de los adultos que descargan su frustración
sobre ellos, la falta de espacio para ser escuchados y/o de respeto ante lo que
expresan, las burlas por esa misma sensibilidad, puede impactarlos físicamente
y minar su salud.
En otros casos, construyen corazas que primero amortiguan
la propia capacidad de sentir y de empatizar – de ponerse en los zapatos del
otro – luego la adormecen, la sofocan, y eventualmente la anulan.
Cuando dejamos de ver al otro como un semejante, cuando
podemos verlo sufrir sin apenarnos, terminamos naturalizando el maltrato y la
violencia, nos convertimos en maltratadores y violentos. Y reproducimos la cadena interminable de víctimas y
victimarios.
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